viernes, 18 de julio de 2008

Hace mucho tiempo, yo tenía a una hermosa pez tailandesa.

No cara, de hecho bastante vulgar, pero hermosa.

La cuestión que un día acerqué dos machos a su estanque.
Uno a cada lado.
Equivalentes en atractivos, iguales en dignidad. Y la muy puta no paraba de hacerle nidos de burbujas a los dos. Sin privilegio, sin deferencia. Instinto.

El atávico de la supervivencia de la especie.

Nunca me atreví a probar con tres.
Pero ella seguramente que sí.

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